Mensaje del creador

Este es un sitio producto de un trabajo de tesis de licenciatura en Ciencias Ambientales de la UNAM, creado para ahondar en el tema de la deuda ecológica. Como producto final se realizó un video (Menú) que aborda la temática de una forma fantástica resaltando los elementos que particularmente resultaron más relevantes. La deuda ecológica, no obstante, es un tema al que se le ha puesto gran atención en la actualidad y los trabajos relacionados son diversos. Por ello, este sitio pretende ofrecer la teoría trabajada en la tesis y vincular a los interesados con otras páginas web enfocadas al estudio de la deuda ecológica.

sábado, 2 de abril de 2011

Deuda ecológica



Primero fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre.
Ahora es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza.
-Víctor Hugo

La deuda ecológica –como concepto- surge aproximadamente en el año de 1990 en Chile. Un documento publicado por el Instituto de Ecología Política explicaba que la desmedida cantidad de clorofluorocarbonados (CFC) que los países ricos ponían en la atmósfera hacía disminuir la capa protectora contra los rayos solares, teniendo como posible consecuencia cánceres de piel en los habitantes. Esto, conjeturaron, podía traducirse como una deuda en términos no antes cuantificados: ecológicos (Martínez Alier, 2003). Posteriormente, en 1992, se estipuló un “Tratado sobre la deuda” en la ciudad de Río de Janeiro, documento de interés mundial, pues partía de la premisa de que la deuda externa provocaba una mayor explotación ecológica y cultural en los países deudores, diferenciándolos por su ubicación geográfica: el norte como el deudor ecológico y el sur como el deudor económico (APADE-ALC, 2008). A partir de esto, y en especial en la primera década del nuevo siglo, los trabajos realizados respecto a este tema han ido en aumento (Martínez Alier, 2003).   
¿Cuándo inició realmente la deuda ecológica? A lo largo de la historia, las diferentes civilizaciones se han conducido por una misma lógica: el saqueo. La Real Academia Española (RAE, 2011) define a la palabra saquear como “apoderarse de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en un sitio”. Principalmente pueden saquearse dos cosas: objetos que componen el mundo material –alimentos, piedras preciosas, armas, medicinas, materiales de construcción, herramientas de trabajo, entre otras.- y aquello que se atesora en la memoria colectiva, en el mundo inmaterial –conocimientos generados a lo largo de generaciones como producto de la interacción y el aprendizaje empírico con su entorno.-. Un ejemplo que ayuda a ilustrar la complejidad de la selección de un punto de partida, son los aztecas. El imperio Azteca fue un pueblo conquistador y a su vez uno conquistado. Crearon y sufrieron una deuda ecológica. Así bien, la deuda ecológica más que ser un reclamo exclusivamente de este siglo, es un proceso que se recicla –incluso en una misma civilización-, que ha ocurrido y ocurre actualmente. Barahona (2000), Simms (2001) y Martínez Alier (2003), señalan que el verdadero origen de la deuda ecológica, a diferencia de aquél correspondiente al concepto, se remonta a la época de la colonia –referida a las colonización de América latina-. La llegada de los conquistadores supuso un cambio inevitable en las actividades económicas de los pueblos sometidos. En un principio, porque el beneficio emergente del trabajo de los nativos dejó de ser de aprovechamiento local y pasó a ser exportado a una corona extranjera. Además, el capital natural y cultural sufrieron de un continuo saqueo bajo una visión extractiva de recursos ilimitados. El capital natural comprendido como el almacén de materiales, energía e información existente en la naturaleza en un tiempo determinado, y que se emplea para asegurar el bienestar humano (Costanza et al, 1987). En cuanto al capital cultural, su definición es un tanto más compleja, existe como un estado de apropiación individual emergente de la sinergia entre el cuerpo y la mente en su interacción con la realidad; y existe también en un estado materializado –escritos, pinturas, monumentos, instrumentos, etc.-, transmisibles e intercambiables en su materialidad- (Bourdieu, 2004). Por otro lado, al imponerse la ganadería como una de las actividades prioritarias –por representar una de las actividades básicas para los pueblos conquistadores-, la cobertura vegetal sufrió de una importante alteración (Barahona, 2000; Simms, 2001; Martínez Alier, 2003).
El clímax se ha alcanzado, no obstante, como un producto de la era industrial, en donde los valores de extracción y producción han apuntando in crescendo con una presión altísima para el entorno natural. Actualmente, puede afirmarse que existe una crisis ecológica derivada del funcionamiento del sistema económico (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003). La extracción de recursos naturales realizada para la satisfacción de las necesidades de los consumidores[1], se rige bajo una lógica que relega a aquella que impera en los sistemas naturales. Por ello, las tasas extractivas para la producción de bienes materiales rebasan las tasas regenerativas de los sistemas naturales (Martínez Alier, 2003). Lo mismo ocurre con los desechos; el cambio climático, consecuencia de la emisión desenfrenada de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera, es un ejemplo en el que un cúmulo de actividades sobrepasan el límite que el planeta por naturaleza puede soportar y en donde las diferencias en cuanto a la contaminación planetaria entre países son exorbitantes (Aid, 1999)[2].
Así bien, la deuda ecológica mana como una respuesta ante la errónea mecánica  con que la lógica económica se apropia de la naturaleza, y de una historia de colonialismo, antes de ocupación espacial, ahora económica[3]. Es, la deuda adjudicada a los países ricos por un desmesurado expolio histórico y actual de los recursos naturales, por la exportación de impactos ambientales y por el libre uso de espacios globales como sumidero de residuos (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003).
¿Por qué surge una deuda ecológica? El Comité de Difusión de la Deuda Ecológica propone como explicativos de la existencia de la deuda ecológica, lo siguiente: la expansión de los mercados internacionales, la revolución verde, la dependencia tecnológica, la privatización de servicios básicos y las leyes de propiedad intelectual.
El Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica (2003), propone una subdivisión de la deuda ecológica en cuatro clases de deuda diferentes: la deuda de carbono, en la que se responsabiliza, ante la problemática del cambio climático, a los países con altos índices de contaminación atmosférica –GEI: CO2, CH4 y N2O, entre otros- que causan sus actividades industriales y de transporte (APADE-ALC, 2008). En adición, esta deuda existe en cuanto al uso, aunque no internalizado en la economía global[4], del servicio ecosistémico de absorción de GEI que proveen los sistemas naturales. En la ciudad de Copenhague, el 10 de Diciembre del 2009, el enviado especial de cambio climático por parte de los Estados Unidos, Todd Stern, aceptó una controvertida responsabilidad al ejercer el rol de representante de una de las principales potencias mundiales “Reconocemos absolutamente nuestro papel histórico en poner las emisiones en la atmósfera, allá arriba. Pero el sentido de culpa o tener que pagar reparaciones, eso lo rechazo categóricamente” (Martínez Alier, 2010).     
Las actividades industriales realizadas por empresas transnacionales de países ricos, en especial aquellas dirigidas a la extracción y exportación de recursos naturales, producen, como una consecuencia de sus procesos, daños al ambiente –contaminación de agua, aire y suelos, pérdida de biodiversidad y cultura, impactos en la salud humana, agotamiento de las fuentes locales de sustento, entre otros. Estos impactos, no son considerados dentro de los costos de producción y, por lo tanto, son evadidos. A lo anterior se le denomina: pasivos ambientales (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003).  
A partir del inicio de la agricultura, hace aproximadamente 10,000 años (Vavilov, 1992), el ser humano en su relación con el entorno y como consecuencia de una urgencia empírica, ha diversificado especies benéficas para su desarrollo, especialmente en materia alimentaria y medicinal[5]. Dicho proceso aconteció esencialmente en tres zonas geográficas del planeta[6], de las cuales, México forma una parte importante de una de ellas: Mesoamérica (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Más aún, dicha región es considerada como el tercer centro biocultural del mundo (Toledo et al, 2010). Compañías de países ricos han encontrado de lo anterior un botín para continuar su enriquecimiento, apoderándose y comerciando ilegítimamente diversidad biológica y conocimientos ancestrales ajenos[7]. La biopiratería es el reclamo por dicha apropiación (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003).     
En 1991, Lawrence Summers -ex-economista en jefe del Banco Mundial- declaró que “la lógica económica que hay detrás de verter residuos tóxicos en países con niveles salariales bajos es impecable” (Gamell, 2003). Dicha declaración, aunque controvertida, carga en sí una lógica importante: toda actividad genera residuos. Un residuo, según el Diccionario de la Lengua Española (2011), es el “material que queda como inservible después de haber realizado un trabajo u operación”, la palabra clave de esta definición es inservible, que no tiene una utilidad, ¿por qué querría alguien quedarse con algo inservible? ¿Qué hacer con todo el material que ya no tiene ningún tipo de uso? Exportarlo. En el mercado, los residuos tienden a ir a donde hay menor resistencia, lo que deja a los países pobres como los mayores acreedores actuales de los desechos mundiales. Hay un beneficio crematístico para los países que acogen los residuos –argumento por demás de la lógica capitalista-. Por ello, la deuda por transporte de residuos tóxicos no parta de la falta de una retribución económica, sino de una subvaloración consecuente de diversas externalidades –impactos ecológicos y sociales- no recogidas en el precio (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003).
    La deuda ecológica, además, busca ilustrar la ilegalidad e imposibilidad de pagar la deuda financiera que los países en desarrollo han contraído con los países ricos. Pero, ¿cómo surgió esta deuda externa?, ¿por qué se endeudaría un gobierno? Si bien la respuesta es sencilla, las implicaciones alcanzan una gran complejidad. El objetivo primordial para solicitar un préstamo monetario es la búsqueda del desarrollo, la inversión en infraestructura y tecnología que impulsarán determinados rubros económicos (Serulle Ramia y Boin, 1984). Hasta ahí la cosa no pinta mal, el problema surge cuando escenarios imprevistos tienen lugar; quizás los precios de los bienes en los que se decidió invertir o aquellos que sostienen al país, caen; quizás la potencia mundial con la que se mantienen gran parte de las relaciones comerciales sufre una recesión; quizás la tasa de interés con que se contrajo la deuda, aumenta; y quizás también se conjugue todo esto (Serulle Ramia y Boin, 1984). Después, todo se vuelve un círculo vicioso; el mercado interno sufre un descuido porque es primordial conseguir divisas para pagar los intereses de la deuda y la exportación se convierte en una obligación de subsistencia (Ramonet, 2001), las tasas de intereses continúan siendo variables y la inversión que alguna vez se hizo para conseguir un desarrollo, queda obsoleta (Serulle Ramia y Boin, 1984). Ahora bien, pagar la deuda económica implica continuar con la lógica destructiva de los sistemas naturales a un ritmo insostenible (Colectivo de Difusión de la Deuda Ecológica, 2003). Para solventar la suma monetaria, debe alcanzarse un excedente económico que sólo puede surgir del incremento en la productividad, cuestión que involucra la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y del capital natural (Martínez Alier, 2003).    
En el año 2000, se celebró en la ciudad de Dakar, una campaña en la que se discutió la importancia de desarrollar, difundir y apropiarse del concepto de la deuda ecológica. El objetivo principal, concluyeron, es lograr que el concepto sea tan conocido que cada vez que se hable de una deuda financiera sea inevitable evocar la deuda ecológica (Dillon, 2001). En México, por ser un país frenado por el subdesarrollo y con una deuda financiera histórica que, desalentadoramente, crece día con día, la comunicación de un concepto como éste es primordial. Primeramente, en aquellos sectores que en la cotidianidad se enfrentan a la toma de decisiones; ya que sus deliberaciones terminan por afectar y conducir la dinámica social. Pero también a la sociedad en general, porque si los tomadores de decisiones fallan en su labor, la cognición popular del concepto puede funcionar como un combustible para presionar a los líderes sociales hacia un cambio. Asimismo, puede funcionar como un motor para la génesis de nuevas iniciativas de carácter no gubernamental.     


[1] Según la FAO, en 2006 el consumo de carne en países desarrollados se situaba en 83Kg/año per capita, mientras que para aquellos en desarrollo la cifra llegaba tan sólo a 31. Este es un ejemplo que ilustra la diferencia y centralización del consumo internacional.
[2] En 2006, Estados Unidos emitió 5,903 toneladas de CO2. México se situó con 436 toneladas (Oliver, 2008). Si esto lo llevamos a valores per cápita, obtenemos que un ciudadano norteamericano promedio emitió 19.7 toneladas de CO2, mientras que un mexicano se situó con 4 toneladas de CO2 (Population Reference Bureau, 2006).

[4] Una externalidad, es un impacto ya sea positivo o negativo que carece de un precio y por tanto de flujo en el mercado. El servicio ecosistémico de absorción de GEI que ofrecen los ecosistemas se considera una externalidad por su falta de valoración económica.
[5] Por ejemplo, en la India se han desarrollado 200,000 variedades de arroz (Shiva, 2003).
[6] Aunque Vavilov identificó 8 sitios de domesticación -China, India, Asia central, Cercano-oriente, Región Mediterránea, Etiopía, Mesoamérica y la Región Andina-, Harlan, con nueva evidencia, propuso 3 centros –Cercano oriente, Mesoamérica y norte de China- y 3 no-centros –África, Asia sur-oriental y América del sur-. (Toledo y Barrera-Bassols, 2008)
[7] En el 2000, 10 compañías controlaban el 32% del mercado de semillas comerciales, así como el de agroquímicos y pesticidas. El mercado de grano se concentraba en 5 (Shiva, 2003).